
Hace muchas lunas, cuando la Sierra de Oaxaca aún era tierra de misterio y silencio, los pueblos antiguos hablaban de un jaguar distinto a todos: Bitru, un ser con fuego en los ojos y fuerza indomable en su andar.
Los ancianos decían que nació bajo un eclipse, cuando el sol y la luna se abrazaron en el cielo. Desde entonces, vagaba entre montes y valles como espíritu libre, guardián de la vida que brotaba de la tierra.
En aquel tiempo, el agave crecía como secreto de los dioses. Sus hojas guardaban la dulzura de la tierra y la memoria del fuego. Los espíritus eligieron a Bitru como protector eterno, puente entre lo humano y lo divino.


El pacto del jaguar
Una noche de tormenta, los hombres buscaron alimento en el agave. Sedientos y cansados, quisieron arrancarlo de raíz. Entonces, Bitru rugió con tal fuerza que hizo temblar la montaña. Los hombres pensaron que morirían, pero el jaguar no atacó.
En lugar de destruirlos, los guió: señaló el corazón del agave, iluminado por un rayo que cayó del cielo. Así, los hombres entendieron que esa planta no era para arrancarse, sino para honrarse. Encendieron fuego y cocinaron el agave, liberando un néctar sagrado que cambiaría para siempre la historia de Oaxaca.
Desde ese día, Bitru se convirtió en espíritu protector del agave, uniendo a los hombres con la tierra, el fuego y el tiempo.


Los pueblos lo recordaron como el Guardián del Agave. Y cada vez que un maestro mezcalero trabaja con paciencia y respeto, dicen que los ojos de Bitru arden entre las brasas, velando que el mezcal conserve su esencia sagrada.
Mezcal Bitru nace de esa leyenda. Cada sorbo honra al jaguar que camina invisible entre nosotros, un rugido eterno que se transforma en experiencia viva.




Bitru, el guardián del agave
Cada sorbo es un ritual
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